Érase otra vez una chica comprometida con el medio ambiente, pero
sobre todo con los animales. Su nombre era Lucía.
Bajo su apariencia de niña pija se escondía una joven tan llena de amor por los animales que le daba igual ensuciarse hasta el pelo cuando
hacía de voluntaria en la protectora de animales de su ciudad.
Sin embargo, Lucía pensaba que debía llevar su compromiso
más allá, que no era suficiente con cuidar de perros y gatos que se encontraban
en un refugio si luego iba a basar su alimentación en productos procedentes de
animales maltratados.
Aun sabiendo que lo que le esperaba no iba a ser fácil,
empezó a plantearse hacerse vegana, pero como tampoco quería descuidar su salud por su compromiso,
decidió acudir al médico a pedirle consejo y escuchar su opinión. Ante todo
pronóstico, el médico la apoyó y le dijo que podría sustituir perfectamente
esas proteínas animales que su nueva dieta le prohibía por legumbres, que era
proteínas vegetales.
Más contenta que unas castañuelas, Lucía se fue al supermercado
a cargarse de todas las legumbres habidas y por haber.
La alegría no le duró mucho, pues a lo largo del mes había
podido comprobar como todas las legumbres que había comprado le sentaban mal,
iba a tener que volver a consumir proteínas animales por cuestiones de salud.
Antes de rendirse volvió a acercarse al supermercado y vio
los guisantes, que ni ella había contado como legumbres ya que siempre le
habían dado así como grima. Se armó de valor y se llevó una bolsa de guisantes,
aguantando ese olor que le resultaba tan desagradable se acabó el plato, como
una campeona.
Con el tiempo aprendió a amar el sabor de los guisantes y
triunfó como vegana hasta que un día pasó por el Burguer King y se le pasó la
tontería.
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