Érase otra vez un manchego llamado Pedro Pancho. Él vivía
con su novia Guada en una pequeña cabaña en mitad de la nada y tenía por
costumbre salir a jugar con los niños de las otras cabañas, a pesar de su
diferencia de edad.
Pedro llevaba por bandera la frase “forever Young” y su mundo giraba en torno a ella.
Pedro llevaba por bandera la frase “forever Young” y su mundo giraba en torno a ella.
La relación entre Guada y Pedro iba viento en popa y llegó
el día de la cena con los padres de ella.
Pero la reunión familiar acabó convirtiéndose en una lucha entre Pedro y el padre de la novia. Éste no dejaba de decirle a Pedro que madurase, que si de verdad quería estar con Guada iba a tener que comportarse como un adulto, que su hija necesitaba estar con un hombre de pelo en pecho, no con un niño de trece años.
Pero la reunión familiar acabó convirtiéndose en una lucha entre Pedro y el padre de la novia. Éste no dejaba de decirle a Pedro que madurase, que si de verdad quería estar con Guada iba a tener que comportarse como un adulto, que su hija necesitaba estar con un hombre de pelo en pecho, no con un niño de trece años.
Pero Pedro seguía
negándose a comportarse como un adulto, por lo que el padre de Guada le dio a
elegir entre su hija o seguir comportándose hasta ese momento.
Y Pedro no lo dudo ni un segundo, se levantó de la mesa y salió de la casa. Había decidido que se iría a vivir su sueño y sabía perfectamente dónde podría ser un adulto-niño para siempre, y ese sitio se llamaba Disneyland. Y así fue, Pedro trabajó toda su vida haciendo el papel de un tal Peter Pan, con el que se sentía muy identificado.
Y Pedro no lo dudo ni un segundo, se levantó de la mesa y salió de la casa. Había decidido que se iría a vivir su sueño y sabía perfectamente dónde podría ser un adulto-niño para siempre, y ese sitio se llamaba Disneyland. Y así fue, Pedro trabajó toda su vida haciendo el papel de un tal Peter Pan, con el que se sentía muy identificado.
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